viernes, 14 de mayo de 2010

El miserable

"- ¿Cree usted que hay alguna distinción entre la ignorancia y la indiferencia?
- Ni lo sé, ni me importa" (Saul Bellow)

A veces cuando pasamos por la calle miramos a las personas, casi sin darnos cuenta, miramos con ojos de ciegos sin prestar atención más que a lo superficial de lo que nos rodea.

En ocasiones me pregunto cuantos destinos habré cruzado, cuantos de esos podrían haber sido yo, quienes mis hermanos, quienes mis amantes, mis amigos, no lo sé, la única certeza que tengo es la de ser una parte conciente de esa multitud que navega en el mar de la ciudad sin rumbo conocido, al menos para mí, porque al fín y al cabo los destinos finales de cada ser son un universo desconocido.

Aquella tarde venía pensando, los ojos de una niña se detuvieron en los míos, mostraban pobreza de alma, sufrimiento, dolor por la vida que le había tocado y resignación, vestía una remera verde, sucia con restos de comida que seguramente le fué dada por alguien cuya codicia generaba alimento en exceso.

La niña se me acercó y me pidió una moneda para comer, mi mente hasta entoces estaba anclada en pasajes anteriores de mi existencia, en imágenes lejanas de aquella realidad que transitaba, casi como en un sueño, porque las personas vivimos permanentemente soñando, tal vez para sobrellevar el dolor por que no aceptamos, ya que a éste mundo mundo nosotros no lo pedimos, menos lo elegimos, algunos se pueden acomodar en el, otros en cambio no pueden hacerlo jamás y la vida termina siendo un castigo que no se entiende, porque díganme, quien de nosotros tiene más de una vida, quien merece algo peor, los hombres nos comemos las posibilidades de esas personas que no lograr asomarse a la dignidad y viven en un permanente estado de insuficiencia de sus necesiades primarias, hecho que produce la imposibilidad de mirar el mundo con otras aspiraciones generando un resentimiento social destructivo.

- Señor...me da una moneda?..su voz me hizo recordar a la tristeza que reflejaba su cara, tristeza que tantas veces me amenazó en las miradas perdidas de los seres sin rumbo.
- Cómo?, repliqué como pidiendo un segundo para reaccionar
- Sí, por favor, que hoy no comí.
Y sus palabras castigaron mi indiferencia, mi ignorancia hacia ella, su mundo que hasta ese momento no sólo me era desconocido, sino lo que es peor no me importaba en absoluto, no formaba parte de mi destino egoísta de búsqueda de confort y placer, total al mundo yo no podía arreglarlo en su magnitud, sólo podía hacer algo por mi propia história, la única que me importaba, como a todo el mundo.

Ese momento, pasaba entonces a ser la posibilidad de  hacer algo distinto, de no tener una actitud de ceguera antes los hechos que se presentaban ante mis narices, pero cual era la diferencia sobre hacer o no algo, si en definitiva mi accionar no sería más que una respuesta a una sensación personal de lástima y no a un reconocimiento sincero de la condición de otro, porque de haber sido un hombre mayor o joven, mi gesto hubiese sido previsible, mi cara de hombre preocupado hubiese chocado con su pedido de auxilio y mi destino no se hubiese detenido jamás en ese lugar por lo que el hombre seguramente se habría alimentado con la limosna de alquien más atento o con más sentimientos de los que soy capaz de generar en mi ser.

Muchas veces me siento un miserable...

Cuando estoy en una cama cómoda, disfrutando del calor de un hogar
o cuando una niña en la calle me pide socorro y pienso y me castigo con la idea de que nadie es lo suficiente pequeño o pobre para ser ignorado, y durante una centésima de segundo un haz de luz bondadosa me ilumina como encarnando el alma de alguien generoso, capaz de torcer la história en un gesto, a favor de los más necesitados.

Sin embargo, el gesto no llega nunca, y pasado ese tiempo, vuelvo a mi normalidad, seguramente algún ser superior advirtió que estaba alumbrando a la persona equivocada y retiró su mirada de mí librándome de mi sufrimiento y culpa por tener lo que otros ansían y necesitan al menos para su propia y más básica dignidad de existencia.

Es entonces cuando levanto mi vista y sigo caminando por la calle, montado en mi sueño personal y ajeno a los demás.

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